miércoles, 21 de septiembre de 2016

No conocen las ISLAS MALVINAS

19/09/2016
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Los traumas del "país adolescente"

Volar a Malvinas, las islas que no conocen Macri, Massa, Pinedo, Carrió y Cristina

fgonzalez@clarin.com
El 9 de Julio se cumplieron 200 años de la independencia de la Argentina.
Y hace 183 años que Gran Bretaña ocupa ilegalmente el territorio de las Malvinas. La recuperación de las islas es una de las obsesiones del país adolescente que arrastramos desde la escuela, las canciones patrias y los libros de historia.
Sin embargo, la paradoja es que ninguno de nuestros principales dirigentes conoce esa tierra, motivo de tristezas atávicas y desarraigos. Ni Cristina Kirchner, ni Sergio Massa, ni Juan Manuel Urtubey, Elisa Carrió o Ernesto Sanz. Y tampoco las conoce Mauricio Macri, quien posiblemente se encuentre esta semana en Nueva York con la primera ministra británica, Theresa May, para hablar de la sensible relación bilateral y, claro está, de las Malvinas. Es extraño en estos tiempos de aldea global, pero los gobernantes argentinos deben establecer políticas de Estado exitosas para un pedazo de geografía que desconocen y al que jamás han visitado.
La excepción es el ex vicepresidente Julio Cobos. El mendocino viajó a las Malvinas a fines de julio de 2014. Fue como turista; se sacó algunas fotos y lo hizo público a través de Twitter.
Lo acompañaron apenas dos colaboradores y un teniente retirado que combatió en la guerra de 1982. Cobos estudió en el Liceo Militar y, una vez en las islas, visitó el Cementerio de Darwin, donde descansan los restos de uno de sus compañeros, combatiente caído en el conflicto.
La visita de Cobos a Malvinas generó algunas críticas en la dirigencia argentina. La más dura fue la del ex canciller Jorge Taiana, quien lo calificó de “irresponsable”. El enojo tiene que ver con la decisión de Gran Bretaña de sellar cada pasaporte de quienes ingresen a las islas. Parece un argumento entendible para los funcionarios del Gobierno argentino porque el sellado no deja de ser una atribución de soberanía por parte de los británicos. Aunque resulta insuficiente para aquellos ciudadanos que están fuera del poder. El rechazo a dejarse sellar el pasaporte les impide conocer ese territorio que nos pertenece por derecho pero que está muy lejos de nuestro conocimiento, distancia que se agigantó cuando perdimos la guerra de 74 días en las que nos embarcó la última dictadura militar. Guerra equivocada e inconcebible que, es bueno recordarlo, tuvo durante varias semanas el respaldo de buena parte de la dirigencia política y de la sociedad civil.
Taiana, un dirigente respetado que renunció a la Cancillería argentina después de que Cristina lo insultara por teléfono, dijo hace dos años que el sellado del pasaporte “es una razón por la cual nunca he ido ni iré a las Malvinas”. Lo sorprendente es que no es el único que piensa éso. El sábado fue el presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, quien expresó una idea parecida. “No conozco Malvinas y me parece que no las voy a conocer, porque me molesta bastante que me sellen el pasaporte los británicos?”, sentenció el hombre que presidió la Argentina por doce horas.
De ese modo, tanto Taiana como Pinedo se perderán de conocer las  Malvinas  mientras el sellado británico del pasaporte los espere en la oficina de Migraciones de Puerto Argentino. No todos piensan lo mismo. Andrés Cisneros, el vicecanciller en tiempos de Carlos Menem, suele burlarse de esa aprehensión diciendo que se trata de “un fetichismo que no crea ningún antecedente a favor de Gran Bretaña”. Y cita el famoso paraguas de 1989 que dejó en suspenso la discusión por la soberanía de las islas. En la trinchera diplomática existe la costumbre de burlarse de la estra- tegia de seducción a los kelpers que Cisneros protagonizó junto a su jefe de entonces, el fallecido canciller Guido Di Tella. Como imagen de aquellos tiempos quedaron los ositos Winnie The Pooh que les enviaron a los habitantes de las islas y el vuelo de LAN que cada sábado vía Chile llega a Puerto Argentino, pasando por Río Gallegos una vez al mes.
Ahora es Mauricio Macri el que está negociando la posibilidad de un nuevo vuelo entre las islas y el continente. Los diplomáticos siempre dicen “el continente” y jamás la Argentina, porque eso sería diferenciar al país de las hermanitas perdidas. Dogmas del léxico diplomático que suelen pasar desapercibidas para los ciudadanos de a pie. En las conversaciones previas se menciona la posibilidad de un vuelo de TAM que vaya de San Pablo a Buenos Aires, y de aquí a las Malvinas. O la alternativa de utilizar a Montevideo como enlace. Pero el deseo discreto del Gobierno argentino es que sea Aerolíneas Argentinas la que aterrice en Puerto Argentino, un anhelo que hoy aparece con pocas chances de atravesar la desconfianza histórica que nos tienen los isleños.
Quizás, el impulso para que muchos argentinos viajen a conocer las islas necesite de otra de las batallas culturales en las que está empeñado el Gobierno actual. Batallas que le están provocando varios disgustos y un inquietante costo político, pero que Macri, y sus colaboradores, siguen emprendiendo con insistencia.
Habrá que ver con qué entusiasmo recogen las nuevas generaciones de argentinos la posibilidad de viajar a las Malvinas con mayor facilidad y a menor costo. Hoy el pasaje vía Chile cuesta unos 1.500 dólares promedio y a eso hay que incluirle otra cifra similar para hospedaje, transporte y comida durante la semana que, obligadamente, hay que permanecer en las islas. La geografía es muy parecida a la de Santa Cruz o Chubut y la mayor atracción son los pingüinos emperador, criaturas imponentes de un metro veinte de altura que no es posible encontrar en nuestra Patagonia.
Pero el verdadero interés para los argentinos no es el estrictamente turístico.

Contratando una camioneta con chofer se puede ir a los campos más cercanos a Puerto Argentino, donde se desarrollaron las batallas más intensas y sangrientas como Monte Longdon. Los isleños han dejado todo tal como estaba en 1982 y todavía se pueden encontrar pedazos de uniformes militares, botones, latitas de gaseosas o zapatillas de los pobres chicos a los que les tocó enfrentar el frío del invierno patagónico y la metralla inglesa.
Un poco más alejado, a poco más de dos horas de la capital de Malvinas, el Cementerio de Darwin ofrece una visión desoladora de lo que fue la guerra. Las 123 tumbas que esperan la identificación a través del ADN y la leyenda que agiganta esa tristeza cruzada por el viento. “Soldado sólo conocido por Dios”, reza el escrito sobre la piedra blanca.
Los argentinos que pasan por Malvinas siempre eligen Darwin para hacerles el homenaje merecido a los 649 soldados que murieron en los días más locos de la historia reciente.
La cuestión es que los dirigentes argentinos no conocen ni las calles muy british de Puerto Argentino, ni los pubs donde los kelpers nos siguen mirando con cierto desdén pero sin mayor agresividad. Tampoco conocen las costas escarpadas de ese mar frío, que es exactamente el mismo que baña las playas de Tierra del Fuego. No conocen a los pingüinos emperador, ni a las focas ni a la soledad infinita del Cementerio de Darwin. Y es difícil establecer los lineamientos de una política de Estado para un territorio que no se conoce. La frialdad, el bloqueo y el aislamiento que hemos mantenido sobre las Malvinas desde la guerra de 1982 no han dado tampoco resultados positivos.
Los poco más de dos mil kelpers que viven en las islas tienen hoy un estándar económico muy superior al de los argentinos. La pesca y el petróleo les han proporcionado excelentes ingresos.
Y ya no están tan aislados. Tienen TV satelital y celulares de última generación. Hace tiempo que Internet ha derribado las barreras que les impusimos después de la guerra.
Me tocó estar en las islas en 2007, cuando se cumplieron 25 años de la guerra. Y la visión deMalvinas cobra otra dimensión cuando se está allí, en la tierra que es nuestra pero que casi no conocemos. No hay dudas de que necesitamos más vuelos y más intercambio humano. Necesitamos acercarnos de alguna manera un poco más a las Malvinas.
Viajar nosotros y llevar a nuestros hijos. Sólo así cobrará sentido el poema de Pedroni que recitamos desde chicos en el colegio. Necesitamos desarmar las trampas del rencor que nos han quedado por tantos años de colonialismo injusto de parte de los ingleses y por las huellas dolorosas de una guerra que nosotros y sólo nosotros iniciamos.
Alguna vez tendremos que enfrentarnos con esos demonios que por ahora prefieren esquivar los Pinedos y los Taianas. Y es posible que allí encontremos las respuestas que hace tanto tiempo estamos buscando.

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